jueves, 31 de marzo de 2011

Land Art y Educación, una llamada al presente.


Ecoespazo de O Rexo (Foto de C. Gómez)
Es a raíz de mi trabajo en el Centro de Educación Ambiental O Rexo en 2009 dónde surge de una forma más tangible, mi acercamiento hacia el Land Art, a través de la obra del Ecoespazo de Ibarrola. Es por tanto esta obra la que me inspira a escribir este post, viendo en ella y dejándolo también presente en el Proyecto Educativo del Centro del que formé parte, lo que pudiera verse como un espacio de creación y sobre todo de educación para un presente siempre en movimiento que debe configurarse desde la participación. 


El Land Art nace en 1960, de la insatisfacción con los logros del sistema social y político vigente, traduciéndose en una desgana por producir mercancías que gratifiquen y perpetúen dicho sistema. Así las obras de Land Art están alejadas de la institución, situándolas en un emplazamento variable y orgánico. Los proyectos están basados en la performance en tanto que están orientados cara el proceso, el lugar y la temporalidad. En su mayoría tienen que ver con el modo en el que tanto el tiempo como las fuerzas naturales impactan en los objetos, postulando de este modo la ambivalencia del reconocimiento político y personal del individuo para intervenir, para bien o para mal, en los sistemas naturales, pretendiendo escenificar la compleja relación del ser humano con la tierra.
La naturaleza como espacio, no es suficiente para considerar una obra Land Art, sino que tiene que considerarse en su espacio y en su tiempo. El tiempo es fundamental a la hora de comprender la vida, es así como la eternidad resuena en todas las culturas. El tiempo en el Land Art discurre diferente a la linealidad y la unidireccionalidad clásica, de nacer, crecer y morir, sino que “el tiempo se riza, doblegándose, creando espacios no euclideanos, en la conquista de nuevas dimensiones”1. El Land Art cuestiona si la humanidad progresa hacia delante o más bien, la historia se repite, y por lo tanto “los tiempos remotos construyen el futuro en un devenir cíclico”. Son muchos los artistas que centran su discurso en el antes definido como devenir, con superposiciones del pasado y presente.
Por eso es que el Land Art no tiene nada que ver con las nociones convencionales del paisaje entendido como jardín, sino que son obras antimonumentales y efímeras, pensadas para ser inclusivas, participativas o incluso íntimas, puesto que hace pasar al receptor y al artista de espectador de la naturaleza a participante de ella, porque cuando el espectador está situado dentro del parámetro espacial de la obra de arte, la experiencia se torna en teatral. Si bien los primeros artistas de esta corriente tenían su paralelismo realmente en ideas de conquista y explotación propios de la era industrial, muchos otros experimentaban una nostalgia del Edén preindustrial, que les llevó a criticar y adoptar una postura militante, según la cual el individuo comienza a identificarse con la degradación ambiental y por lo tanto a sentirse autorizado para intervenir en los problemas que se empezaban a señalar. Más tarde, surgen los artistas literalmente ecologistas, con una práctica pensada en remediar daños antes que para poetizarlos.
Según señalamos anteriormente, podemos decir que el reflejo de las activaciones sociales en las condiciones espaciales son también expresadas en el movimiento de Land Art, ya que el ser humano no es una figura del paisaje sino quien la configura. El Paisaje es considerado como una identidad cultural, limitada por su cultura política.
Como resumen y a modo de entrelazar esta rama artística con la educación, considero que las obras de Land Art se abren como espacios estimulantes y motivadores a la hora de emprender los objetivos de la educación ambiental, porque tanto una como la otra disciplina convergen en sus principios, y es el planteamiento de sobre qué base y el cómo configuramos nuestro futuro. 
1 Tonia Raquejo. Land Art.

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